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martes, 26 de marzo de 2013

MIRANDO TU ESPALDA





— ¡Tengo una cita esta noche!

Aunque lo tengo todo preparado, no dejo de agitar la vela entre mis manos.

Esta noche que podía estar sentada en mi mecedora al pie de mi mesa camilla y verte pasar por las rejas de mi ventana, estoy aquí en primera fila detrás de ti, demostrándote mi fe, impresionada, viéndote tan de cerca sentado en el centro del montículo escarlata, dispuesta a hacer mi primer recorrido, fogonazo que es de la nostalgia de mi vida.

Como más disfruto de verdad, es cuando entras por la calle Lora, ¡ahí sí está mi gloria!

Un año más y un año menos, estos pensamientos míos te los dirijo a ti, que ya estoy apurando mi soledad.

Se me van agolpando cerca de un siglo de recuerdos, mirando tu espalda de fustigado, sobre todo cómo me enseñaste a ser y a llevar tu apellido.

En cada parada descanso mi vela y aprovecho para observarte, sin decir nada, aunque las palabras calladas de mis pensamientos siguen hablándote; no quiero morirme, con lo bien que estoy viviendo ahora, pero ya mis años van cuesta arriba.

Mis padres me enseñaron a disfrutar del olor a incienso, entremezclado con el quemar de las velas y amenizado con el compás, ritmo y melodía de tambores y cornetas. A alabarte, a Ti y a tu Madre, con la sencilla oración de la concentración de los cincos sentidos hacia las cosas: la bola de cera, que los niños años tras años almacenan compitiendo unos con otros; suavizar el esparto de los cinturones arropando las túnicas; tocar el capirote blanco; las sandalias limpias con la hebilla reluciente; planchar la túnica y la impoluta capa roja dispuesta a hondear con el viento de la noche y, por último, acariciar el escudo. Ellos fueron también los que me enseñaron los ritos que aprendieron de los suyos. He repetido sin saberlo las ceremonias de tristezas y alegrías de cuatro generaciones heredando yo la quinta, sin que el tiempo moviera un varal, sin que los vaivenes del viento de la vida apagara una vela de la candelería.

Cierro los ojos: me llega el olor de las garrapiñadas, de los cartuchitos de avellanas, de las manzanas caramelizadas, y el olor del perfume de cuando estrenaba mi único amor, ¡hace tantos años de eso! Él tenía eso tan difícil que es la guasa con gracia…

El penetrante olor a incienso me hace abrir mis ojos topándome con tus espaldas que balancea entre chicotá y chicotá.

Es hora de retomar el descanso de la vela del alumbramiento para seguir tus pasos, tu espalda me transmite algo, vuelvo a andar, sí, ya sé que mis andares son muy torpes y mi cuerpo vencido, pero aquí estoy esta noche, ¡con las carreras que me pegaba delante de los municipales cuando me vestía de máscara! Caen goterones de cera en el suelo, es como el reloj de mi vida… lenta, como lento es el transcurso del tiempo de esta noche, mi primera noche acompañándote.

Empieza el toque de corneta avisando a los demás instrumentos, para tomar posición y tocar los primeros compases de la marcha que te dedican. Mi piel se me eriza al escucharla, junto al arrastre de los pies que te llevan a hombros, y es que en Fuentes sabemos rezar con los pies.

No puedo evitar que mis lágrimas se derramen bajando por los surcos profundos de mi cara, al ver que entramos por la estrechez de mi calle Lora, la de mi infancia. De mis labios sale una sonrisa nerviosa y guasona al recordar a mis padres, ¿dónde estarán ellos?, ¿tú lo sabes?

Noto la presencia de las miradas de los demás acompañantes, ¿son los ojos de mis amigos fallecidos?, ¿están aquí esta noche? Creo que han vuelto para hacer el mismo recorrido de cuando eran jóvenes con toda la vida por delante, reencarnados en quienes te alumbran con ojos de cansancio, es que ya no me van quedando amigos ni en la memoria.

Pero esta noche soy feliz como una niña, estoy cansada, muy cansada, no sé si el próximo año podré verte, ¿estarán de luto por mi ausencia?, con la devoción que te tengo y nunca te acompañé.

Este primer recorrido es uno menos que ya nunca más haremos juntos. En Fuentes, y eso tú lo sabes, no cumplimos años, cumplimos estaciones; se cumple Martes Santos, por eso los acompañantes son tan numerosos este día.

Me echarás en falta, y así te lo hago saber. Mis pensamientos son presagios que ven y contemplan cómo el tiempo teje y desteje el manto silencioso de la vida de las personas.

Ahora me llega otra vez el eco del metal de las cornetas, y el ran cataplán de los tambores, es el latido de la noche del Martes Santo que retumba en el cielo de Fuentes.

Escucho el martillo del llamador. ¡Qué Fuentes te levante, una vez más¡ Y a pulso, lentamente tus costaleros derraman el sudor como tu sangre se derrama por tu espalda soportando el dolor de tus heridas.

— ¡Arriba, mis valientes!

Se escucha la voz desgarradora del capataz junto con el cimbronazo del paso que cae sobre los costales, en la madera de las trabajaderas, y me acuerdo de mis caídas y luego de mis levantás.

Y cuando te veo revirar por la calle Cruzverde siento una gran presión en mi corazón, mis sentidos se agudizan y en mi mente retumba tu voz:

—La próxima estación de Martes Santos, volverás.



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Un año más y un año menos, estos pensamientos míos te los dirijo a ti, que ya estoy apurando mi soledad.
Mis padres me enseñaron a disfrutar del olor a incienso, entremezclado con el quemar de las velas y amenizado con el compás, ritmo y melodía de tambores y cornetas.

En cada parada descanso mi vela y aprovecho para observarte, sin decir nada, aunque las palabras calladas de mis pensamientos siguen hablándote.
Es hora de retomar el descanso de la vela del alumbramiento para seguir tus pasos, tu espalda me transmite algo. 
Se escucha la voz desgarradora del capataz junto con el cimbronazo del paso que cae sobre los costales, en la madera de las trabajaderas, y me acuerdo de mis caídas y luego de mis levantás.

¡Qué Fuentes te levante, una vez más¡ Y a pulso, lentamente tus costaleros derraman el sudor como tu sangre se derrama por tu espalda soportando el dolor de tus heridas.

No puedo evitar que mis lágrimas se derramen bajando por los surcos profundos de mi cara, al verte pasear por las calles de Fuentes.
En Fuentes, y eso tú lo sabes, no cumplimos años, cumplimos estaciones; se cumple Martes Santos, por eso los acompañantes son tan numerosos este día.

Empieza el toque de corneta avisando a los demás instrumentos, para tomar posición y tocar los primeros compases de la marcha que te dedican. Mi piel se me eriza al escucharla, junto al arrastre de los pies que te llevan a hombros, y es que en Fuentes sabemos rezar con los pies.
Mis padres me enseñaron a disfrutar del olor a incienso, a alabarte, a Ti y a tu Madre, con la sencilla oración de la concentración de los cincos sentidos hacia las cosas. Ellos fueron también los que me enseñaron los ritos que aprendieron de los suyos. He repetido sin saberlo las ceremonias de tristezas y alegrías de cuatro generaciones heredando yo la quinta, sin que el tiempo moviera un varal, sin que los vaivenes del viento de la vida apagara una vela de la candelería.



Como más disfruto de verdad, es cuando entras por la calle Lora, ¡ahí sí está mi gloria!



FOTOS:
“La Firma”.

Fernando Milla González.

Este artículo lo redacté y fue publicado en la revista de Semana Santa de Fuentes de Andalucía, del año 2013.

2 comentarios:

  1. simplemente precioso !!!!!!! me a encantado ,sobre todo las fotos del cristo de la humildad al que no falto mi madre iluminándolo detrás ni un solo año ,felicidades .....

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  2. Gracias Encarni Sánchez; en la siega de nuestra vida, se van formando gavillas con espigas, que son recuerdos de nuestros seres queridos. Los recuerdos de una madre nunca se olvidan.

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