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lunes, 5 de septiembre de 2011

LA PATRONA DE FUENTES DE ANDALUCÍA

Para la gran Historia de Fuentes de Andalucía, que esperamos, mientras tanto la ilusión va caminando por nuestras mentes.




Ningún color de la tierra tiene la luz del azul fontaniego: ninguno. Ni el sol, que tanto irisa, que tanto fulge y crece; porque el sol, sea de mediodía, sea del mes de agosto, quema y ciega los ojos, mientras el azul fontaniego transparenta, remonta al espíritu, tensándolo de alas propicias.
Dicen que si el azul debe la hermosura a la melodía con que hablaban los persas o los árabes, azuleadores y fastuosos, que casi cubrían de música los colores. Eso dicen. Pero lo que sí sabemos, sin que nadie nos lo diga, es que sobre todos los azules de la tierra, cobalto, prusia, ultramar, montañero, sajona, hay uno que ninguna otra lumbre supera: “el azul fontaniego”.



No se sabe cómo es, ni puede pintarse pues se quebrarían los pinceles si diera, por milagro, en el toque increíble. No se sabe en qué trabajaderas de los ángeles se adiestra o moldea su maravilla. Sí se sabe que está en el cielo nuestro, y no en cada una de sus mañanas, sino en cada víspera, alba y mediodía del día de la Virgen del Rosario.
Le conocen de cerca campanas, torres, árboles, pájaros, brisas. Se alza, como una bóveda, en el cielo y suena. Suena como una lejana y suave música, de la que vio Monticelli, y sabe a regazo alegrísimo, a casulla de Berceo, a mano de Virgen de Murillo, de la del Prado, a monasterio de Segovia. Y sin embargo, está aquí, entre nosotros, en nuestros labios mismos.



Este azul nació en Fuentes de Andalucía, allá por el siglo dieciséis, en nuestro convento de la Orden de Descalzos. Tenía en él celda, breviario y misas, un fraile humilde y santo. Está por entonces don Juan José de Austria, hijo natural de Felipe IV y primer ministro del rey Carlos II, celoso de la gloria de la Virgen. Quería hacerla Patrona universal de las Españas. Quería pedir el patronazgo a Roma, y cuando tuvo que elevar las cartas petitorias al Papa Clemente XIII y abundar en razones para ellas, las pidió también el fraile fontaniego, acaso por aquello de: “Algo tendrá el agua cuando la bendicen”.



Así que el fraile tejió la carta y la mandó junto con la del rey Carlos II a Roma. El convento fontaniego se quedó en oración, y un día, de los jardines de Aranjuez llegaron las felices nuevas de que el Papa había alzado a Patrona para la villa de Fuentes a la Virgen del Rosario. Empezaron a sonar campanas, a brotar misas, a tejerse latines, a encandilarse de fervor las llamas de los cirios. Y saltó la alegría a las calles fontaniegas.


Mil luces ardieron por las calles de Fuentes, y en sus balcones alzáronse banderas, gallardetes y colgaderas de tisú, de tela de plata, de damasco, terciopelo y sedas.
Frente a la Parroquia de Santa María la Blanca, una bandera de quince varas campeó y estiró en el aire la imagen de la Virgen de Rosario que los frailes descalzos veneraban en la Casa Grande. Del convento de los Padres Descalzo hasta el de San Francisco, en el Postigo del aceite; entre conciertos y galas enjoyadas, los cánticos públicos resonaron, con tronidos, por la Virgen del Rosario. No quedó torre que no crujiera de luz, y dicen las crónicas que tanta fue la claridad de todas las noches de aquel año, que no se echó de menos el día. Tarasca, mojarrillas, gigantes, cabildos, tropas, pueblos, rosarios y gozos remedaron la gloria viva: Había nacido, en el convento de los Padres Descalzo, como atrio del Dogma, la universalidad fontaniega de la Virgen del Rosario.





Había nacido el azul de Fuentes, bajo el que cada 7 de octubre festejamos, como ningún otro pueblo, la alegría del Rosario. Un azul mayor que todos los azules, que entra, sale, tornea, dora, enciende al pueblo de Fuentes, como a la columna mayor de su Fe.