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domingo, 18 de marzo de 2012

NAZARENOS EN SU SOLEDAD

Paso la Virgen Soledad, año 1900.


A las cinco se abre la puerta del convento, vuelve a salir la cofradía del Santo Entierro y se hace un silencio que hasta los pájaros dejan de piar. Suena la Marcha Real en la banda de música y la misma voz de todos los años me dice lo de siempre:
—Esta Virgen es la más bonita, dónde va a para...
De repente, se escucha la voz del capataz:
— ¡A ésta es! —, cuyo eco llega hasta la última trabajadera, y un manto negro, salido de las agujas de un taller casero fontaniego se eleva al cielo. Un penitente con sandalias, con capa blanca cuyo filo es negro, con fajín también negro, con escudo bordado, aprieta el cirio con su mano desprovista de anillo, y se estremece al sentir ese pálpito a la salida de su cofradía del convento de San José, pues le suena a recuerdo y a la vez a nuevo, mezclando el olor a incienso con el grito de la “levantá” del capataz. 
Alzar los pasos por los costaleros y por las costaleras es un arte; el más difícil de explicar, porque esas emociones hondas, esas sensaciones arrastradas desde la niñez, ese percibir lo inefable, el sentir el peso sobre tus hombros, es tan difícil de explicar como la poesía o la música. La voz temblorosa y sostenida del capataz se alza sobre el murmullo de la bulla, porque en Fuentes hasta el murmullo de la bulla es cofrade en Semana Santa.
El jarrito de lata le sigue el paso al cántaro de agua fresquita. En la calle San Juan Bosco hay una “paraíta”, un costalero levanta el faldón, se asoma por un zanco de la trasera y le pregunta a un compañero de relevo, que lleva bajo su brazo el costal de yute y de lona enrollado sobre la morcilla, si tras el paso del Cristo van mujeres con mantillas.
Un olor a lirio, a esparto, a torrija y pestiño se aleja y vuelve, mientras que el tintinear de las bambalinas se distancia por la calle Mayor. El atardecer está frío, aunque algunos nazarenos descalzos, sin capirote y con negro antifaz echan a andar cirio en mano, cofrades de luz de la promesa de la penitencia que todo el año la lleva guardando y que siente ese temblor en el recorrido penitenciario.
La calle Lora vuelve a cobrar vida con el sol temprano de la tarde del Sábado Santo, mientras que los primeros nazarenos van subiendo con andares de penitentes, siguen a la Cruz de Guía entre olores de incienso y de almendras garrapiñadas, por la que fue una de las antiguas arterias comerciales de Fuentes. Ya van llegando los pasos a la esquina de la calle Las Flores, traen un andar inconfundible, traen el andar de los pasos del Santo Entierro: una manera de andar que no es de ninguna Cofradía, que le salen de lo más hondo del corazón. Los capataces alentan a sus hombres y mujeres, se acercan a los costeros y por el respiradero lo van jaleando. Por eso los pasos andan como andan y por eso en la cuesta de la calle Lora, los pasos lo llevan sobre los pies; no sobre los hombros.
Ya está anocheciendo y en un balcón en cuyas rejas hay geranios, pilistras y gitanillas, una fontaniega le canta cortando el aire, al blanco de la Borriquita, al rojo de la Humildad, al morao de Jesús, al verde de la Veracruz y al negro de la Soledad; tienen en común que comparten recorrido de penitente, de rezo, de reflexión y de esperanza por las calles de Fuentes. La emoción del pueblo salta en forma de aplausos cuando esa cantaora recorta sus frases en un atardecer lleno de luz: la luz que desprende la Imagen de la Virgen de la Soledad de María bajando por la calle Cruzverde, con esa mirada baja que nos impide contemplar sus cuatros lágrimas en su cara, como si estuviera cegada por su propia pena.
La luna, que hace acto de presencia, entre las risas y la expectación de los niños con sus bolas de cera y el recogimiento de los mayores, poco a poco ayuda a iluminar el recorrido.
¿Cuántos silencios de Fuentes ha escuchado la Hermandad del Santo Entierro, mientras sus costaleros y sus costaleras levantan sus pasos, seguido de aplausos, mientras su Cruz de Guía se abre paso en la bulla, mientras su Cortejo sigue su camino de penitencia, con armonía por la calle Carrera? Es la armonía de los cofrades de la Hermandad de la Soledad de María.
Fuentes es el único pueblo del mundo donde puede oírse el silencio en Semana Santa, silencio de atardecer, silencio nazareno, silencio de recogimiento, silencio de Sábado Santo, que hasta los golondrinas, que dicen que le quitaron la corona de espinas al Señor, bajan del cielo a escuchar el silencio de Fuentes en Semana Santa.
Y el dolor del pañuelo de encaje transita en la mano de las vírgenes: de la Esperanza, de los Dolores, de la Merced, del Mayor Dolor y acaba en la de Soledad de María. El pueblo de Fuentes las recibe formando la guardia con las fragancias de los primeros naranjos en flor. Y tras él, sus casas con rejas en las ventanas y balcones, cuyas fachadas la blanquean para la gran fiesta, están llenos de vida, chirriando el sonido de sus atardeceres, trayendo un sonido de espadañas y de griterío, de calles con capirotes y de los primeros cirios que lo van apagando, cuando el paso revira por la calle Convento mientras la banda toca una marcha.
Cuando los pasos están encerrados en el convento, y puestos en su sitio, en línea, nadie se da cuenta, excepto uno de sus nazarenos de antifaz descolorido, que a su lado, un hombre frente al paso de la Virgen de la Soledad de María, le está rezando. Ese hombre conoce la mirada de la Virgen porque su madre la tiene debajo del cristal en la mesilla de noche. No se da cuenta de que el del antifaz descolorido se le acerca, toma un ramo de flores y se lo da mientras le dice:
—Toma, para que se las ponga en la lápida de tu madre, que éste es el primer año que no ha podido verla. Estas flores han estado con Ella todo el recorrido.
Coge el ramo, sale del convento y calle arriba, el hombre abraza las flores contra su pecho. Es la mejor forma de proclamar su soledad.



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A las cinco se abre la puerta del convento, vuelve a salir la cofradía del Santo Entierro y se hace un silencio que hasta los pájaros dejan de piar.


De repente, se escucha la voz del capataz:
— ¡A ésta es! —, cuyo eco llega hasta la última trabajadera.



Un penitente con sandalias, con capa blanca cuyo filo es negro, con fajín también negro, con escudo bordado, aprieta el cirio con su mano desprovista de anillo, y se estremece al sentir ese palpito al paso de su cofradía por la calle San Juan Bosco.



En una “paraíta”, un costalero levanta el faldón, se asoma por un zanco de la trasera y le pregunta a un compañero de relevo, que lleva bajo su brazo el costal de yute y de lona enrollado sobre la morcilla, si tras el paso del Cristo van mujeres con mantillas.
El jarrito de lata le sigue el paso al cántaro de agua fresquita.



El Señor del Santo Entierro, descendiendo de la Cruz.


Alzar los pasos por los costaleros y por las costaleras es un arte; el más difícil de explicar, porque esas emociones hondas, esas sensaciones arrastradas desde la niñez, ese percibir lo inefable, el sentir el peso sobre tus hombros, es tan difícil de explicar como la poesía o la música.


Virgen de la Soledad de María no este triste no tienes porque temer, que todo el pueblo de Fuentes esta a tu vera, y en abril tus costaleros te volverán a mecer.




Un olor a lirio, a esparto, a torrija y pestiño se aleja y vuelve, mientras que el tintinear de las bambalinas se distancia por la calle Mayor.



El atardecer está frío, aunque algunos nazarenos descalzos, sin capirote y con negro antifaz echan a andar cirio en mano, cofrades de luz de la promesa de la penitencia que todo el año la lleva guardando y que siente ese temblor en el recorrido penitenciario.



¿Cuántos silencios de Fuentes ha escuchado la Hermandad del Santo Entierro, mientras sus costaleros y sus costaleras levantan sus pasos, seguido de aplausos?


Los capataces alentan a sus hombres y mujeres, se acercan a los costeros y por el respiradero lo van jaleando. Por eso los pasos andan como andan y por eso en la cuesta de la calle Lora, los pasos lo llevan sobre los pies; no sobre los hombros.



Que puedo yo decir sobre la belleza de la imagen de la Virgen de la Soledad de María, vale mas una imagen que mil palabras.

Fuentes de Andalucía es el único pueblo del mundo donde puede oírse el silencio en Semana Santa, silencio de atardecer, silencio nazareno, silencio de recogimiento, silencio de Sábado Santo, que hasta los golondrinas, que dicen que le quitaron la corona de espinas al que murió por nosotros, bajan del cielo a escuchar el silencio de Fuentes de Andalucía en Semana Santa.


La calle Lora vuelve a cobrar vida con el sol temprano de la tarde del Sábado Santo, mientras que los primeros nazarenos van subiendo con andares de penitentes, siguen a la Cruz de Guía entre olores de incienso y de almendras garrapiñadas, por la que fue una de las antiguas arterias comerciales de Fuentes.
Ya van llegando los pasos a la esquina de la calle Lora, traen un andar inconfundible, traen el andar de los pasos del Santo Entierro: una manera de andar que no es de ninguna Cofradía, que le salen de lo más hondo del corazón.


Y el dolor del pañuelo de encaje transita en la mano de las vírgenes: de la Esperanza, de los Dolores, de la Merced, del Mayor Dolor y acaba en la de Soledad de María.


El pueblo de Fuentes Andalucía, recibe a sus Hermandades formando la guardia con las fragancias de los primeros naranjos en flor. Y tras él, sus casas con rejas en las ventanas y balcones, cuyas fachadas la blanquean para la gran fiesta, están llenos de vida, chirriando el sonido de sus atardeceres, trayendo un sonido de espadañas y de griterío, de calles con capirotes y de los primeros cirios. Cuando los pasos revira por la calle Cruzverde con la calle Carrera, las bandas siempre tocan una marcha.


Ya está anocheciendo y en un balcón en cuyas rejas hay geranios, pilistras y gitanillas, un fontaniego le canta cortando el aire, al blanco de la Borriquita, al rojo de la Humildad, al morao de Jesús, al verde de la Veracruz y al negro de la Soledad; tienen en común que comparten recorrido de penitente, de rezo, de reflexión y de esperanza por las calles de Fuentes.de Andalucía.


La luz que desprende la imagen de la Virgen de la Soledad de María bajando por la calle Cruzverde, con esa mirada baja que nos impide contemplar sus cuatros lágrimas en su cara, como si estuviera cegada por su propia pena.



¿Cuántos silencios de Fuentes ha escuchado la Hermandad del Santo Entierro, mientras sus costaleros y sus costaleras levantan sus pasos, seguido de aplausos, mientras su Cruz de Guía se abre paso en la bulla, mientras su Cortejo sigue su camino de penitencia, con armonía por la calle Carrera? Es la armonía de los cofrades de la Hermandad de la Soledad de María.


La luna, que hace acto de presencia, entre las risas y la expectación de los niños con sus bolas de cera y el recogimiento de los mayores, poco a poco ayuda a iluminar el recorrido.



La voz temblorosa y sostenida de la capataz se alza sobre el murmullo de la bulla, dentro del convento San José, porque en Fuentes de Andalucía hasta el murmullo de la bulla es cofrade en Semana Santa.


La Cruz de Guía escoltada por dos faroles que iluminan el caminar penitenciario de la Hermandad por la calle Carrera.


De repente, se escucha la voz del capataz:
— ¡A ésta es! —, cuyo eco llega hasta la última trabajadera, y un manto negro, salido de las agujas de un taller casero fontaniego se eleva al techo del convento de San José.

Suena la Marcha Real en la banda de música y la misma voz de todos los años me dice lo de siempre:
—Esta Virgen es la más bonita, dónde va a para... 


Cuando los pasos están encerrados en el convento San José, y puestos en su sitio, en línea, nadie se da cuenta, excepto uno de sus nazarenos de antifaz descolorido, que a su lado, un hombre frente al paso de la Virgen de la Soledad de María, le está rezando.

El paso de palio de la Virgen de la Soledad de María, ante la puerta del convento  San José, fechado en el año 1900.



FUENTES CONSULTADAS:
Este artículo lo redacté y fue publicado en la revista de Semana Santa de Fuentes de Andalucía, del año 2011.