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miércoles, 25 de diciembre de 2013

ES HERMOSO RECORDAR…

Bienvenidos. He aquí las cosas que gravitan sobre Fuentes de Andalucía

Esta mañana muy temprano con la fresquita, víspera de feria, me voy por la redonda de Fuentes dando un paseo. Y me acuerdo de que cuando yo era niño disparaba a unos patos de lata en la feria, con una escopeta de aire comprimido y plomillo.

Paso por la Alameda y miro al campo, y me doy cuenta de que el campo fontaniego se va desvistiendo lentamente de sus mejores colores pero se va perfumando con aromas naturales, los propios del mes de agosto. En el campo de Fuentes todo es pureza, las cosas pasan lentamente sin que nada ni nadie le ordene cómo tienen que pasar.

El fresquito del amanecer y el cálido calor del mediodía van dictando el paso del tiempo que queda para la feria. Los gorriones del “rueo” escriben con su canto de garabatos la hora del preludio de más calor y la máquina cosechadora pone una pincelada de color amarillo en aquella haza donde el color marrón manda, porque los girasoles ya se han segado.

De pronto me acuerdo de aquella taberna de mi niñez, por la mañana temprano, el olor a café recién tostado al pasar por la puerta, y aunque el aire de mi memoria es incapaz de acercarme a aquel olor único que para mí tenía esa taberna, recuerdo la estampa en la que se movían sus personajes: un hombre sentado al lado de una mesa, tratando de cuadrar un solitario de naipes; dos muchachos muy repeinados jugando al billar, golpeando las bolas con suavidad y con disciplina. En otra mesa, dos hombres con sombrero de ala ancha conversando, de algún trato sobre “ganao” o de tierras, que acababan de llamar al tabernero dando unas palmadas. En otra, un hombre mayor, con un botón negro en la solapa como señal de luto, con gafas, lee el periódico muy atentamente.

Unos hombres con otras palabras, moviendo un café o apurando una copa de coñac o saboreando una copita de anís seco, se servían de unos ceniceros triangulares de hojalata que había sobre el mostrador de la taberna. La vida, por aquel entonces, pasaba como un río de meloja.

Durante un tiempo, un ayudante de tabernero nos expulsaba del local arrojándonos sifón a los niños que entrábamos a ver la televisión.

El primer programa que yo vi entero fue una corrida de toros acompañado de mi abuelo, a las cincos de una tarde de agosto. La taberna estaba a tope.

Frente a la taberna, los niños jugábamos con las “canastitas” de las botellas de gaseosas. Previamente, las aplanábamos con una piedra y los más atrevidos nos íbamos a la vía del tren y las poníamos en los raíles, para que cuando pasara se pusieran más fina todavía, y jugábamos con ellas, arrojándolas contra la pared, y aquel que consiguiera acercarse, ganaba.

Al lado, había una tienda de ultramarinos, en cuyo extremo del mostrador de madera se encontraba una barrica de sardinas arenques bien colocadas abiertas, que nuestras madres compraban según los miembros de la familia. Con el mismo papel de trazas donde el tendero la envolvía, las ponía una a una en el marco de la puerta, cerraba cuidadosamente la puerta para aplastarla un poco y así quitarles mejor las escamas y pelarlas. Al lado, un aparato con manivela para despachar aceite a granel y en el otro extremo, la máquina de partir bacalao para venderlo al detal. En el suelo de la tienda, una caja de naranjas tontas con su envoltorio de papel. Las novedades de la tienda consistían en vender tomate pelado en conserva a granel; las vecinas llevaban un plato y el tendero les ponía las unidades de tomate que ellas pedían; así como vender café molido que el tendero lo molía en un molinillo de café manual, con su cajoncito de lata, cuyo contenido envolvía en un papel de traza.


Colindante con la tienda de ultramarino, una barbería. Aún conservo la imagen del barbero poniendo un papel de fumar tras los cortes al afeitar al cliente, en cuya puerta, otros hombres esperaban turno de afeitado o eran corredores de aceitunas con muestras de su mercancía en sus bolsillos, que seguramente estarían cerrando un trato.

También había una ferretería, cuyo dueño con bata marrón, vendía colonia y champú a granel. Las vecinas llevaban su vasito para el champú de huevo o de fresa y un bote para la colonia o la brillantina, que lo echaba con un pequeño embudo de lata. Siempre con la palabra en la boca y atendiendo a la clientela.

Y al lado de la ferretería, un hombre fabricaba canastos con las varetas de los olivos. Mientras, por la calle pasaba el arriero con su reata de borricos haciendo el trabajo que hoy llaman movimiento de tierras, seguido de un transportista con su carro y un mulo cargado de materiales, que llevaba desde los polveros hasta el tajo.

A media mañana pasaban los panaderos con sus burros y con angarillas de lona blanca vendiendo o repartiendo el pan del día, con la libreta en la mano. Más tarde, venían del campo hombres, mujeres y animales, y traían olores distintos a los del pueblo. Todo pasaba muy despacio, sin prisas, lleno de palabras, de lamentos por el trabajo y de manojos de risas.

Alguien entraba a la centralita de Telégrafos, a poner una conferencia o a esperar la hora en que le habían avisado que la tendría. Sin prisas, porque una conferencia no era importante.

Cuando los niños volvíamos de la escuela, lo hacíamos jugando, bromeando, saltando, empujándonos, charlando con los compañeros. Merendábamos y nos poníamos a jugar en la calle tranquilamente, sin miedo a lo desconocido.

Por la tarde, entraba en escena el hombre que pregonaba pasteles, con su canasto de mimbre y se acercaban las vecinas, a pedir y a coger dulces y a compartir palabras; el hombre recogía dinero y palabras de su clientela.


Un hombre con un carrillo tirado por un mulo pasaba algunas tardes pregonando cisco picón y vendiendo petróleo para los infernillos y para los quinqués, porque los cortes de luz se repetían con mucha frecuencia. En aquellos tiempos, la infraestructura eléctrica dejaba mucho que desear.

Otras tardes, los alfareros de Lebrija o de La Rambla, llegaban en burros con cerones de esparto llenos de porrones, lebrillos y de platos para venderlos. Una vez al mes pasaba el latero que ponía culos nuevos con estaño a las ollas y cacerolas, y también les ponía asas a las latas de leche condensada para usarlas como jarrillos.

Los pregones de los vendedores eran palabras cantadas que al acercarse a las vecinas se hacían palabras de cercanía.

La luz del día era el paso de la vida: lenta, sin prisas por llegar al atardecer. Y en el aire se quedaba un haz de palabras que parecían pronunciadas muy lentamente, por despaciosas y por soñadoras.

Mientras los hombres de la taberna tomaban su café de la tarde, sin prisa, en sus casas estaban las mujeres haciendo la faena de la casa. Y luego algunas sacaban sus sillas con asientos de enea de la casapuerta o de detrás de la puerta de la calle y se sentaban en la acera, frente a una luz amarillenta y única del sol, trenzando labores de ganchillo y de costura del hogar acompañada de su costurero, que era una caja de lata de carne de membrillo con la imagen de una virgen, sin más reloj que el sol que las retrataba sobre el blanco de las fachadas de las casas. Y no guardaban la luz porque no tenían dónde meterla, que si no, la guardarían.

Algunas vecinas se ponían el delantal sobre la cabeza para que no les diese el sol en la cara, porque su faz tenía que estar blanca, nunca morena: era signo de elegancia.

Cuando escuchaban el pitido del tren, las vecinas más cercanas de la estación del ferrocarril recogían con cubos el agua caliente de la máquina.

Ya anocheciendo, aparecía el ditero con su libro de ditas en la mano cuyas hojas quedaban sujetas con dos grandes tuercas de mariposa.

Por la noche pasaba el camión de la basura recogiendo los cubos que los vecinos dejaban en la calle y que los encargados de la limpieza vaciaban directamente en el camión, lo que llamaba “cubeando”, aunque al principio se recogía por la mañana desde las 6 hasta el mediodía. Años más tarde, el Ayuntamiento ordenó que la basura se pusiese en bolsas, y se depositara directamente en el suelo en la acera o colgada en las ventanas o al pie de un árbol, a lo que llamaban “bolsear”.

Eran otros tiempos, con las manos encalladas, con la palabra amistad y vecindad siempre en la boca, con la mano siempre tendida, con el paso de los días sin prisa.

Tal era la necesidad, que muchas familias usaban alpargatas o sandalias enterizas de caucho con hebillas simuladas en la goma blanca, y algunos vecinos se emprestaban los zapatos para ir a pelar la pava con la novia, en el zaguán de la casa.

Teníamos menos, y vivíamos mejor, aunque la memoria es selectiva. Recordamos solo lo que nos gusta. Recuerdo que en la taberna donde yo iba a ver Bonanza, cada tarde, un vecino se dirigía a una especie de retrete que consistía en una placa turca, que no sería muy cómoda. Pero es que en su casa no había retrete, ni siquiera agua corriente.

Hoy he vuelto a pasar por mi calle, por la puerta de aquella taberna que ahora se llama bar. Por el olor, no sabía si dentro servían café, porque la calle huele a prisas, a humos de los coches y a ruido. Hay siete clientes. Los dos únicos que hablan tienen que levantar la voz, porque el tráfico de la calle es una cuchilla que decapita las palabras. De los cinco restantes, algunos hablan por el móvil, a su aire, y gesticulan como si estuvieran venteando el grano en la era, mientras que otros ven la televisión. En un velador de la acera, sin nadie que lo mire, el periódico del día se muere sin ojos y sin manos que se le acerquen para pasar sus hojas.

Es hermoso recordar; aunque recordar es como una moneda: por un lado está la cara, pero por el otro está una dolorosa cruz.



NOTA.-
Las fotografías no están relacionadas con el relato, solo sirven para ilustrar la historia.
Este relato fue escrito para la revista de Feria de Fuentes de Andalucia del año 2013.


PACO RODRÍGUEZ MÁRQUEZ.

martes, 26 de marzo de 2013

MIRANDO TU ESPALDA





— ¡Tengo una cita esta noche!

Aunque lo tengo todo preparado, no dejo de agitar la vela entre mis manos.

Esta noche que podía estar sentada en mi mecedora al pie de mi mesa camilla y verte pasar por las rejas de mi ventana, estoy aquí en primera fila detrás de ti, demostrándote mi fe, impresionada, viéndote tan de cerca sentado en el centro del montículo escarlata, dispuesta a hacer mi primer recorrido, fogonazo que es de la nostalgia de mi vida.

Como más disfruto de verdad, es cuando entras por la calle Lora, ¡ahí sí está mi gloria!

Un año más y un año menos, estos pensamientos míos te los dirijo a ti, que ya estoy apurando mi soledad.

Se me van agolpando cerca de un siglo de recuerdos, mirando tu espalda de fustigado, sobre todo cómo me enseñaste a ser y a llevar tu apellido.

En cada parada descanso mi vela y aprovecho para observarte, sin decir nada, aunque las palabras calladas de mis pensamientos siguen hablándote; no quiero morirme, con lo bien que estoy viviendo ahora, pero ya mis años van cuesta arriba.

Mis padres me enseñaron a disfrutar del olor a incienso, entremezclado con el quemar de las velas y amenizado con el compás, ritmo y melodía de tambores y cornetas. A alabarte, a Ti y a tu Madre, con la sencilla oración de la concentración de los cincos sentidos hacia las cosas: la bola de cera, que los niños años tras años almacenan compitiendo unos con otros; suavizar el esparto de los cinturones arropando las túnicas; tocar el capirote blanco; las sandalias limpias con la hebilla reluciente; planchar la túnica y la impoluta capa roja dispuesta a hondear con el viento de la noche y, por último, acariciar el escudo. Ellos fueron también los que me enseñaron los ritos que aprendieron de los suyos. He repetido sin saberlo las ceremonias de tristezas y alegrías de cuatro generaciones heredando yo la quinta, sin que el tiempo moviera un varal, sin que los vaivenes del viento de la vida apagara una vela de la candelería.

Cierro los ojos: me llega el olor de las garrapiñadas, de los cartuchitos de avellanas, de las manzanas caramelizadas, y el olor del perfume de cuando estrenaba mi único amor, ¡hace tantos años de eso! Él tenía eso tan difícil que es la guasa con gracia…

El penetrante olor a incienso me hace abrir mis ojos topándome con tus espaldas que balancea entre chicotá y chicotá.

Es hora de retomar el descanso de la vela del alumbramiento para seguir tus pasos, tu espalda me transmite algo, vuelvo a andar, sí, ya sé que mis andares son muy torpes y mi cuerpo vencido, pero aquí estoy esta noche, ¡con las carreras que me pegaba delante de los municipales cuando me vestía de máscara! Caen goterones de cera en el suelo, es como el reloj de mi vida… lenta, como lento es el transcurso del tiempo de esta noche, mi primera noche acompañándote.

Empieza el toque de corneta avisando a los demás instrumentos, para tomar posición y tocar los primeros compases de la marcha que te dedican. Mi piel se me eriza al escucharla, junto al arrastre de los pies que te llevan a hombros, y es que en Fuentes sabemos rezar con los pies.

No puedo evitar que mis lágrimas se derramen bajando por los surcos profundos de mi cara, al ver que entramos por la estrechez de mi calle Lora, la de mi infancia. De mis labios sale una sonrisa nerviosa y guasona al recordar a mis padres, ¿dónde estarán ellos?, ¿tú lo sabes?

Noto la presencia de las miradas de los demás acompañantes, ¿son los ojos de mis amigos fallecidos?, ¿están aquí esta noche? Creo que han vuelto para hacer el mismo recorrido de cuando eran jóvenes con toda la vida por delante, reencarnados en quienes te alumbran con ojos de cansancio, es que ya no me van quedando amigos ni en la memoria.

Pero esta noche soy feliz como una niña, estoy cansada, muy cansada, no sé si el próximo año podré verte, ¿estarán de luto por mi ausencia?, con la devoción que te tengo y nunca te acompañé.

Este primer recorrido es uno menos que ya nunca más haremos juntos. En Fuentes, y eso tú lo sabes, no cumplimos años, cumplimos estaciones; se cumple Martes Santos, por eso los acompañantes son tan numerosos este día.

Me echarás en falta, y así te lo hago saber. Mis pensamientos son presagios que ven y contemplan cómo el tiempo teje y desteje el manto silencioso de la vida de las personas.

Ahora me llega otra vez el eco del metal de las cornetas, y el ran cataplán de los tambores, es el latido de la noche del Martes Santo que retumba en el cielo de Fuentes.

Escucho el martillo del llamador. ¡Qué Fuentes te levante, una vez más¡ Y a pulso, lentamente tus costaleros derraman el sudor como tu sangre se derrama por tu espalda soportando el dolor de tus heridas.

— ¡Arriba, mis valientes!

Se escucha la voz desgarradora del capataz junto con el cimbronazo del paso que cae sobre los costales, en la madera de las trabajaderas, y me acuerdo de mis caídas y luego de mis levantás.

Y cuando te veo revirar por la calle Cruzverde siento una gran presión en mi corazón, mis sentidos se agudizan y en mi mente retumba tu voz:

—La próxima estación de Martes Santos, volverás.



GALERIAS DE FOTOS:


Un año más y un año menos, estos pensamientos míos te los dirijo a ti, que ya estoy apurando mi soledad.
Mis padres me enseñaron a disfrutar del olor a incienso, entremezclado con el quemar de las velas y amenizado con el compás, ritmo y melodía de tambores y cornetas.

En cada parada descanso mi vela y aprovecho para observarte, sin decir nada, aunque las palabras calladas de mis pensamientos siguen hablándote.
Es hora de retomar el descanso de la vela del alumbramiento para seguir tus pasos, tu espalda me transmite algo. 
Se escucha la voz desgarradora del capataz junto con el cimbronazo del paso que cae sobre los costales, en la madera de las trabajaderas, y me acuerdo de mis caídas y luego de mis levantás.

¡Qué Fuentes te levante, una vez más¡ Y a pulso, lentamente tus costaleros derraman el sudor como tu sangre se derrama por tu espalda soportando el dolor de tus heridas.

No puedo evitar que mis lágrimas se derramen bajando por los surcos profundos de mi cara, al verte pasear por las calles de Fuentes.
En Fuentes, y eso tú lo sabes, no cumplimos años, cumplimos estaciones; se cumple Martes Santos, por eso los acompañantes son tan numerosos este día.

Empieza el toque de corneta avisando a los demás instrumentos, para tomar posición y tocar los primeros compases de la marcha que te dedican. Mi piel se me eriza al escucharla, junto al arrastre de los pies que te llevan a hombros, y es que en Fuentes sabemos rezar con los pies.
Mis padres me enseñaron a disfrutar del olor a incienso, a alabarte, a Ti y a tu Madre, con la sencilla oración de la concentración de los cincos sentidos hacia las cosas. Ellos fueron también los que me enseñaron los ritos que aprendieron de los suyos. He repetido sin saberlo las ceremonias de tristezas y alegrías de cuatro generaciones heredando yo la quinta, sin que el tiempo moviera un varal, sin que los vaivenes del viento de la vida apagara una vela de la candelería.



Como más disfruto de verdad, es cuando entras por la calle Lora, ¡ahí sí está mi gloria!



FOTOS:
“La Firma”.

Fernando Milla González.

Este artículo lo redacté y fue publicado en la revista de Semana Santa de Fuentes de Andalucía, del año 2013.

lunes, 11 de febrero de 2013

Malos tiempos para el pueblo de Fuentes



Acta literal del sábado 5 de agosto de 1882:


«En la Villa de Fuentes de Andalucía en sábado cinco de agosto de mil ochocientos ochenta y dos; bajo la Presidencia del Señor Alcalde accidental don Sebastián Soto Adalid se reunió el Ayuntamiento Constituyente, en su sala de acuerdos para celebrar la sección ordinaria de hoy, compuestos de los señores capitulares Herce, Leones, Ramos, Caro, Andrea, Flores, González y Jiménez, que al final serán reconocidos por sus firmas:

Por el señor Presidente se manifestó, que estando consignado en el presupuesto vigente como partida de ingreso, la suma de cien pesetas, por el arbitrio impuesto a los escombros de los Barrancones de las veredas del Mellizo y Encinilla, se estaba en el caso del proceder ó hacer efectiva cual corresponde. El Ayuntamiento enterado y considerando la necesidad que hay de allegar fondos á las arcas Municipales por unanimidad acordó:

Que estos escombros se saque á pública subasta que se celebra el jueves próximo diez del corriente de doce á una de la tarde, ante el señor alcalde ó quien lo represente bajo el tipo de las referidas cien pesetas, admitiéndose posturas en conjunto ó separadamente por las cantidades que los hectadores quieran ofrecer para lo cual fíjese edictos y publíquense por medio de pregones en los sitios de costumbre de esta Población y fórmese el expediente correspondiente, obrando por el correspondiente certificado literal de este particular.

Por el señor Presidente se manifestó que la calamidad porque atraviesa esta Población, se va haciendo cada día mayor, por falta de trabajo, a los jornaleros, que carecen de medios con que poder alimentarse y sus familias y de aquí el conflicto que se presenta, son más de cuatrocientos braceros pidiendo socorro, sin tener este Ayuntamiento con que poder subtender a tan triste situación, y lo que es más, sin esperanzas de poderla aminorar, por no tener recursos para ello, sin haber personas que tenga que prestar auxilio, porque las más acomodadas, con motivo de la cosecha anterior que fue casi nula, la de aceituna nula, y la de cereales que también completamente nula, han quedado en el más lamentable estado, pues no cuentan ni así con que poder volver á sembrar, ni dar trabajo a la clase proletarias.


En esta virtud y considerando preciso é indispensable tomar una resolución que en parte conjure tal situación pues no es posible continuar así, si se ha de evitar el que esta gente muera de hambre ó que se lleven a cabo actos vandálicos que hasta la presente no han ocurrido, pero que se teme llegue en momento en que por mas que estén sufriendo con resignación y paciencia la falta de subsistencia lo efectúen, pues es triste y doloroso, verse privado del sustento para mantener ni a su familia. El Ayuntamiento enterado por unanimidad acordó: se dirija oficio al Excmo. Sr. Gobernador suplicándole:

1º Que se socorra a esta Villa con una cantidad bastante, a hacer frente a la calamidad, de los fondos, que se tiene entendido, ha librado el Excmo. Sr. Ministro de Fomento para este objeto.

2º Que interino se reciba la autorización por este Sr. Gobernador, para poder invertir los poquísimos fondos con que exceda de cualquier clase que sea, en socorro a los braceros más necesitados, dándoles trabajo en la composición de caminos y suelos de la Población.

3º Que también del fondo de calamidades de la Excma. Diputación Provincial, facilite la cantidad que sea justa.

Además y para que el Excmo. Sr. Gobernador se convenza mas y mas del estado angustioso en que nos hallamos, respecto á subsistencia que se le remita también copia del estado del déficit que le resulta á esta Villa de trigo y cebada, que se le pasó en 18 de mayo último, que por todo lo cual, si una mano protectora no procura auxiliar á este desgraciado Pueblo que no depende de mas, que de la agricultura, de seguro que todos perecerán por no tener medios con que poder volver a sembrar. Que consiguientemente se espera que hecho cargo de el se sirva mirar con preferencia a cualquiera otro asunto, el que nos ocupa, procurando se corresponda, antes que la calamidad tome mayores proporciones, que es lo que es sentir del municipio, debe evitarlo.

En cuyos términos se concluye esta sesión que se firma por estos señores concurrentes, de que yo el secretario, certifico».

La contestación del Gobernador Provincial carecía de sentido común y fue tajante. Como lo demuestra el resumen del acta municipal del sábado 12 de agosto del mismo año:

«Se dio cuenta, a los Señores concurrentes, de un oficio del Excmo. señor Gobernador Civil de esta Provincia, fechado el ocho del actual, en contestación al que se le dirigió el cinco del mismo referente al estado angustioso porque atraviesa esta Población, y manifiesta que dedica su más preferente atención, a procurar medios, que faciliten la colocación del mayor número de braceros, así como el Gobierno, se encuentra dispuesto á promover y gestionar obras públicas, gestionando con activo interés la pronta resolución de los expedientes que han de dar lugar á la ejecución de las mismas y que se cite el celo de los mayores contribuyentes para que á medida de sus posiciones, den trabajo a la clase proletaria, ofreciendo en contra en su autoridad la protección más decidida en los acuerdos que la Municipalidad tome, para aliviar el lamentable estado de la Población, estando dentro de las prescripciones legales y al mismo tiempo que es necesario que se apuren todos los medios para aliviar la situación, pues para ello se está obligado desde el momento en que aceptó el cargo que á cada cual se le ha contesido».


Se promulgó una ley que decía que los braceros sin trabajo no tenían que pagar billetes en el ferrocarril si iban a buscar trabajo, solo en las estaciones de la provincia; entonces un grupo de vecinos de Fuentes decidieron hablar con el Alcalde, porque querían ir a Utrera, donde se estaba construyendo una carretera. Se dirigieron al jefe de estación, acerca del billete gratis, pero este no les hizo caso y entonces le expusieron el tema al Alcalde. En la copia del acta del archivo municipal se amplía más la información:

«En la Villa de Fuentes de Andalucía en diez y nueve de agosto de mil ochocientos ochenta y dos: bajo la Presidencia del señor alcalde don Sebastián Soto Adalid, se reunió el ayuntamiento constituyente de ella en su sala de acuerdos para celebrar la sesión ordinaria de hoy, compuesta de los señores capitulares Herce, Ramos, Caro, Andrea, González, Flores y Conde, que al final serán reconocidos por sus firmas.

Se leyó y aprobó el acta de la sesión anterior.

Se dio cuenta y leyeron los Boletines Oficiales número 337 al 42 inclusive, acordándose el cumplimiento de las órdenes en ellos insertas, y que le fuesen expedidas, habiendo quedado enterado el Ayuntamiento de la circular y Real Decreto que aparecen en los de los números 38 y 40 relativo á facilitar billetes gratuitos en todas las estaciones de ferrocarriles enclavados en esta Provincia, á los braceros que se presenten para salir de su domicilio, en busca de trabajo.

Por el señor Presidente se manifestó que á consecuencia de lo dispuesto en el Real Decreto y Reales Ordenanza de ocho del corriente se le habían presentado varios braceros pobres, solicitando billetes gratuitos para pasar a Utrera en el ferrocarril, y trabajar en una carretera que dicen se está construyendo, y que habiendo accedido á ello había formado las listas, con arreglo á lo mandado y remitido al Jefe de estación, el se negó á admitirlo, fundándose para ello, en que no tenía órdenes de sus superiores; que en su virtud le telegrafió en el día de ayer al señor Gobernador, participándole de lo ocurrido, que la calamidad tomaba proposiciones alarmantes, temiéndose conflictos graves, y que se esperaban socorros ó determinaciones, o también la Alcaldía las toma para evitar se altere el orden y se cometan actos vandálicos, habiendo tenido que acompañar la Guardia Civil a los que conducen Pan á las posesiones del término; que el señor Gobernador había contestado, que consultaba el asunto con el señor Ministro de la Gobernación y que se le dijera hacia donde se dirigían á buscar trabajo los jornaleros, habiéndosele contestado con fecha de hoy, que á Utrera, sin que haya habido contestación.

El Ayuntamiento, enterado acordó: Que el señor Presidente obre en lo sucesivo con arreglo a las órdenes que le dicte su superior autoridad.


Se hizo prescrita que consiguiente a la acordado por el Municipio en sesión de cinco del corriente se habían subastado los escombros de los Barrancones de las veredas del Mellizo y Encinilla, no habiendo habido postor, más que para este último, y por la cantidad de veinte pesetas. El Ayuntamiento enterado por unanimidad acordó:

Aprobar la mencionada subasta del Barranco de las Encinillas, en favor de don Juan Carmona Rivero, y por la suma de las veinte pesetas, y respecto al de la vereda del Mellizo, que se anuncie de nuevo, bajo el tipo de ochenta pesetas, admitiéndose todas las posturas que se hagan, teniendo lugar el remate el jueves próximo veinte y cuatro del corriente con todas las formalidades legales.

En cuyos términos se concluyó esta sesión que se firma por los señores del ayuntamiento, concurrente de que yo el secretario, certifico. Soto = Herce = Ramos = Caro = González = Conde = Jiménez = Flores = Atusen = Manuel Becerril».

Por fin esos obreros pudieron ir a Utrera a trabajar en la construcción de la carretera. Lo mismo que los obreros sufrieron calamidades tan poco podían consumir a los comerciantes, y si no había consumo difícilmente podían pagar los impuestos los comercios.

Los impuestos que los industriales debían pagar para ayudar a los subsidios necesarios que aminorasen la necesidad de los braceros, fueron considerados por aquellos como una carga que no podían soportar ya que, en el acta de 25 de noviembre de 1882 leemos:

«En la Villa de Fuentes de Andalucía en veinte y cinco de Noviembre de mil ochocientos ochenta y dos: Bajo la Presidencia del primer alcalde don José María de Llera y Díaz, se reunió el Ayuntamiento Constitucional de ella en la sala de acuerdos, para celebrar la sesión ordinaria de hoy, compuesta de los señores capitulares Soto, Herce, Flores, Ramos, Andrea, Conde y González que al final serán reconocido por sus firmas.”

Se dio cuenta de un oficio del señor administrador de contribuciones y rentas de esta provincia, fechado el 23 del corriente, manifestando que ha llamado la atención del extraordinario número de bajas presentada por Industrias de esta Villa, y que el de altas, no está en relación, ni en el número ni en la clase de industria, ni en las cuotas que les están asignadas, produciéndose por lo tanto, un notable descenso, en los valores del impuesto; y que antes de disponer que venga la Inspección á girar visita, recomienda al señor. Alcalde, preste el servicio que esta debía practicar, afín de que movido, por el doble interés que tiene, como representante de los intereses de la Hacienda y de los del Municipio, por los recargos que sobre las Industrias se imponen como arbitrios, se valga de todos los medios posible, gire otras visitas a todos los establecimientos existentes, y el resultado se haga constar por medio de una certificación suscrita por el presente secretario, autorizada por la Alcaldía y sellada con el que usa, y si están conformes con los que resultan en matrícula se haga constar así en otra certificación, por el contrario si se encontraran algunas que no están inscrita, se haga constar también por medio de las actas de comprobación que se levanten y remitan, con todo lo demás que parece en otro oficio.

El Ayuntamiento enterado muy por menor de todo lo expuesto, y después de una larga y detenida discusión, por unanimidad acordó:

«Se diga á señor administrador que las bajas producidas por los Industriales se consideran justas, y que el número extraordinario de las presentadas, es debido al estado angustioso porque atraviesa la Población, por efecto de la sequía y malas cosechas que se experimenta, pues se han cerrado muchos establecimientos, perdiendo sus dueños los pequeños capitales que tenían, y los que han quedado abierto, están próximo á que les suceda lo mismo, porque la calamidad los ha traído á tal estado, y por consiguiente si á pesar de ello, el señor administrador considera debe girarse la visita de comprobación, puede desde luego disponer, venga á esta localidad la Inspección y se convencerá de la verdad, pues no encontrará más que establecimiento arruinados y miserables, que la contribución Industrial que se les impone, importa mucho más, que el capital que representan.

Se dio cuenta de una carta dirigida al alcalde por el Vicepresidente de la Liga de contribuyentes, excitando á este Municipio para que contribuya con la cantidad que tenga á bien y poder atender a ella, y con la que los demás puedan facilitar á practicar los estudios de un ferrocarril de Osuna a Cazalla. La Corporación enterada de todo, y sin embargo de conocer que debe llevarse á cabo tan grandioso plan, sería de inmensa ventaja para los Pueblos que atravesara, por unanimidad acordó:

Se diga al señor administrador que este Ayuntamiento no puede contribuir con cantidad alguna por el efecto de las malas cosechas, y la época tan calamitosa que se atraviesa, que se hace más pesada por la enorme subvención que tuvo que dar esta Localidad, para la construcción de la línea férrea de Marchena á Écija.

En cuyos términos se concluyo ésta sesión que se firma por estos señores concurrentes, de que yo el secretario certifico».